martes, 16 de febrero de 2010

Date prisa que no llegas

El embarazo había ido de lo más normal, y el domingo -si, otra vez en domingo- tu madre empezó a notar algo. Como contracciones pero muy leves, y que lo mismo venían que se iban. Estábamos a término.

Date prisa que no llegas.

Por la mañana no parecía que la cosa hubiese avanzado, así que me fui al trabajo como cualquier otro día. La mañana pasó sin incidentes, pero al poco de empezar a comer llamada de tu madre. Que si eso que me fuese yendo para Casa. Por si acaso.

El camarero donde estábamos comiendo me preguntó preocupado si la comida no estaba bien, porque lo dejé todo casi igual que vino, pero es que no tenía cuerpo. Todavía recuerdo a Pedro, familiar del Capitán que la lió en Monteleón el 2 de Mayo, llevándome de vuelta al trabajo mientras iba terminando el helado del postre.

Date prisa que no llegas.

Cuando llegué a Guada nos dimos el primer paseo al hospital. En monitores nos confirmaron lo que tu madre ya sabía: Estábamos de parto aunque la cosa venía lenta. Dos centímetros y medio -sobre diez- y 50% de cuello borrado. Nos dieron dos opciones, quedarnos ingresados a esperar, o irnos a casa y volver dentro de 2 horas. Huelga decir que elegimos lo segundo, que puestos a que pasase el tiempo mejor haciendo algo, aunque fuese ir y venir, que mirando las 4 paredes de la habitación del hospital.

La intendencia la teníamos resuelta con una amiga de mamá, que cuidó de tu hermana, dándole la cena y quedándose a dormir en su casa. La intención era pasarnos para llevarle alguna cosa, que le podía hacer falta, y ver otra vez a Enara antes de volver al hospital. Pero después de un ratillo en casa, tu madre se notó un poco más indispuesta, por lo que decidimos ser conservadores y que fuese yo sólo a hacer el recado, dejando de camino a tu madre en el hospital para ir agilizando lo del ingreso.

Date prisa que no llegas.

Estuve un ratito con Katy, contándole algunas cosillas sobre la cena para tu hermana -ya le habían diagnosticado la celiaquía- y dejándole la ropa. Como estaba jugando con Aitor no se quedó en absoluto triste cuando me volví al hospital.

Ya de vuelta otra vez al camino conocido a monitores, y ahí encontré a tu madre con cara de estar pasándoselo de todo menos bien. La cosa iba avanzando pero poco, ya estábamos de cuatro centímetros y medio, y 75% de cuello borrado.

Había que esperar un poco para poner la epidural y tenían que preparar a tu madre, así que me mandaron a dar una vuelta o esperar en la sala tal, según se va a la vuelta. Con tu hermana la espera fue de más de una hora, así que me lo tomé con calma, llamé a los abuelos para decirles que estábamos de parto pero que la cosa iba lenta y me senté en las incómodas sillas a leer el libro que llevaba.

Antes de que terminase media página se abrió la puerta y salió una enfermera, o matrona, o auxiliar:

- ¿El marido de Alicia?
- Si, soy yo -dije, mientras cerraba el libro-.
- Pasa.
- Si claro -mientras me levantaba iba guardándolo en la mochila-.

Entré por la puerta, dejé la mochila donde me dijeron y me dispuse a coger las calzas, bata y gorro.

- Date prisa que no llegas.
- ¡¿Cómo?!

No podía ser, porque seguro que no habían pasado ni 15 minutos desde que me había tenido que salir. Luego supe que si podía ser, que al volver a revisar tu madre ya estaba "en completa", es decir diez centímetros y cuello borrado. Eso es de 0 a 100 en menos de 5 segundos.

Lo siguiente pasó más rápido de lo que se tarda en contarlo. Las auxiliares llevando a tu madre en la camilla camino del potro, ya con fuertes dolores de parto.

- Tengo ganas de empujar.
- Espera un poquito que te subimos.
- No puedo.
- Que si puedes.
- Ya ha salido la cabeza.
- ¡¡¡ !!!

Miraron -miramos- y efectivamente, no sólo habías coronado sino que ya se te veía la cabecita, así que iba a tener que ser allí mismo en la camilla. Dos empujones más y ya estabas con nosotros.

La matrona, que casualmente fue la misma que nos asistió con tu hermana, nos trató estupendamente, igual que todo el equipo, cosa que nunca olvidaré. Para empezar te puso en los brazos de mamá recién saliste, y sólo un buen rato después es cuando se te llevaron un momento a revisarte y tomarte la huella, mientras que tu madre y yo nos limpiábamos los lagrimones de alegría y emoción.

Y hoy, a las 21:10, cumples tu primer añito. ¡Felicidades Leire!